"Uno más, Daniel...
uno más y se acabó todo,
finito."
¿Eran cinco o habían sido ocho en el momento en el que dejé de ser yo...? Dejé de ser yo para convertirme en el Daniel que todos conocían en aquél local y nadie fuera de él.
El tequila sobre la mesa, junto al vaso de treinta mililitros y mis mejillas ardiendo como nunca, a conjunto con mis orejas mientras Lucy, como se hacía, llamar me masajeaba los hombros y se encargaba de demostrarme lo dispuesta que estaba a clavarme los pezones a la altura de los omóplatos. Podía sentirlos incluso bajo la chaqueta de cuero sintético, que junto con el alcohol en vena, no hacía más que ardiera por dentro, manifestándolo por fuera.
No recuerdo ni a quién saludé, ni a quién abracé, y mucho menos a quién besé, pero por Dios, ojalá no a Lucy, que no hacía más que rellenarme el chupito cada vez que yo hacía desparecer el contenido gustoso. Agradecido con cada trago, con cada succión, con cada gruñido al soltar el vaso.
"No tienes por qué hacerlo, Dani... vete a casa ya..."
Me escribió y yo ni siquiera me paré a leerla, no quería, solo continuaba con aquello, enviando mensajes de voz inteligibles en los que balbuceaba proclamaciones de amor y odio hipócrita, luchando contra el rock de fondo y el sonido del goce ajeno, que casi ensordecía y hacía de mi voz un espectáculo incluso más caótico.
Esta mañana me arrepiento de todo, y es lógico. Ni siquiera yo puedo entender lo que le dije en aquellos mensajes de voz, y mucho menos lo recuerdo, y por eso ella duerme a mi lado esta mañana, aferrada a mi brazo y con lágrimas secas en las mejillas.
No recuerdo nada de anoche... ¿cuantos eran cuando ella llegó? ¿cuántos chupitos fueron cuando me llevó a casa y cuántos cuando me convenció para dormir en vez de para sacar del cajón la petaca y continuar bebiendo?
Bendito tequila... maldito seas.