13 de Septiembre del 2015.


"Uno más, Daniel... 
uno más y se acabó todo,
 finito."


¿Eran cinco o habían sido ocho en el momento en el que dejé de ser yo...? Dejé de ser yo para convertirme en el Daniel que todos conocían en aquél local y nadie fuera de él.
El tequila sobre la mesa, junto al vaso de treinta mililitros y mis mejillas ardiendo como nunca, a conjunto con mis orejas mientras Lucy, como se hacía, llamar me masajeaba los hombros y se encargaba de demostrarme lo dispuesta que estaba a clavarme los pezones a la altura de los omóplatos. Podía sentirlos incluso bajo la chaqueta de cuero sintético, que junto con el alcohol en vena, no hacía más que ardiera por dentro, manifestándolo por fuera. 
No recuerdo ni a quién saludé, ni a quién abracé, y mucho menos a quién besé, pero por Dios, ojalá no a Lucy, que no hacía más que rellenarme el chupito cada vez que yo hacía desparecer el contenido gustoso. Agradecido con cada trago, con cada succión, con cada gruñido al soltar el vaso.
"No tienes por qué hacerlo, Dani... vete a casa ya..."
Me escribió y yo ni siquiera me paré a leerla, no quería, solo continuaba con aquello, enviando mensajes de voz inteligibles en los que balbuceaba proclamaciones de amor y odio hipócrita, luchando contra el rock de fondo y el sonido del goce ajeno, que casi ensordecía y hacía de mi voz un espectáculo incluso más caótico.

Esta mañana me arrepiento de todo, y es lógico. Ni siquiera yo puedo entender lo que le dije en aquellos mensajes de voz, y mucho menos lo recuerdo, y por eso ella duerme a mi lado esta mañana, aferrada a mi brazo y con lágrimas secas en las mejillas.
No recuerdo nada de anoche... ¿cuantos eran cuando ella llegó? ¿cuántos chupitos fueron cuando me llevó a casa y cuántos cuando me convenció para dormir en vez de para sacar del cajón la petaca y continuar bebiendo? 
Bendito tequila... maldito seas.

14 de Mayo del 2015.

Hace días que no tengo ni tiempo, ni inspiración ni mucho menos ganas de escribir, pero hoy... hoy tengo la necesidad de contar, escribir sobre hojas de papel que tan bien saben juzgarme de forma silenciosa. Que tan bien escuchan y nada echan en cara.
Hoy... la he vuelto a dibujar en uno de los márgenes de mi libreta de folios gruesos, aquella que utilizo para simplemente aparentar interés en aquella asignatura que tanto detesto y de la que tan poco he hablado. 
Hoy, mientras el señor González parloteaba casi para sí mismo yo soñaba con un rostro femenino, delicado y de expresiones suaves. Casi sentía picor en la nariz al percibir el olor floral que mi idealización exudaba. Casi me hacía estremecer... casi.
Mis dedos se movían raudos, dibujando líneas desiguales en un intento de plasmar su rostro en aquel trozo de celulosa prensado. Mucho mejor podría haberlo hecho, pero nada más necesitaba, nada podría arrebatarle su perfección innata.
Me esmeré pesadamente y de forma especial en aquella parte que tanto la identificaba. 
Nada sería igual si sus ojos no tuvieran el color del cielo en primavera, nada sin aquella fuerza, sin aquella expresión en ellos de dejadez, de intensidad y misterio que también escondían.
A golpe de lápiz tracé los labios, sintiendo el vello del brazo erizado cuando me tocó difuminar aquella parte con la yema del dedo índice. No tardé demasiado por respeto a la señorita que iba cogiendo forma en uno de mis cuadernos olvidados.
Su cabello voluminoso caía hacia abajo, pues se hallaba tumbada de perfil, y aquella mano... aquella mano que sujetaba su rostro me hizo sentir celos al momento de despertar de mi sueño y vislumbrar de forma completa el boceto mal hecho y terminado. 
Se veía tan perfecta aún dibujada de aquella forma tan descuidada...
El rostro femenino ahora me miraba cansado, parecía estar buscando algo en mí y a la vez parecía haberlo encontrado.
Y quise tumbarme frente a ella y observarla también, devolverle la mirada intensa y preguntarle quién diablos era aquél ángel que tan lleno y a la vez tan vacío me hacía sentir.

«Es sólo un sueño, Daniel», me recordé a mí mismo.
Nada más lejos de lo real, nada a mi alcance y nada que pudiera merecer. Sólo un sueño del que luchaba por despertar. Sólo un sueño del que en verdad me negaba a despertar. 
 

19 de Abril del 2015.

Papá ha vuelto a llamar por séptima vez en esta semana, sólo papá, pues dice que mamá está terriblemente enfadada conmigo. Según él mi actitud estaba siendo «temeraria y carente de coherencia y madurez», y quizás así sea, pero no me arrepiento en absoluto. 
Papá no parece enfadado, más bien preocupado por mi estado y paradero. Conociéndolo, seguramente le preocupará más el barrio de Madrid en donde haya ido a parar, que el propio inmueble en el que esté alojado o como me esté ganando la vida.
―Vuelve a casa, hijo... Tu madre te echa de menos.
―¿Mamá? Pues no lo parece, ni siquiera me ha llamado para saludarme.
―Ya sabes de sobra cómo es. Dime, ¿dónde podrías estar mejor que en casa, Daniel?
―Justo donde estoy me encuentro mucho mejor que en casa, papá. Me resulta demasiado agradable sentirme útil para variar.
―Espero al menos que no hayas dejado de acudir a clase.
―Papá, por favor, he visto pasar tu coche por delante de la facultad al menos dos o tres veces por semana, sabes perfectamente que sigo yendo. Haz el favor de dejar de espiarme de forma tan indiscreta.
Pero papá es así, es de las típicas personas serias que parecen no sentir nada por nadie en ningún momento. Por nadie menos por su familia.
Jamás lo había visto mirar a nadie como a mamá, esa mirada cálida que lo hacía parecer más humano que una máquina de hacer dinero, como acostumbraba a aparentar. Aquella mirada que mamá correspondía en todo momento con una de sus famosas sonrisas amplias blanquecinas.
Está sufriendo, lo sé. Se preocupa y tiene mucho menos sentido del orgullo que mamá incuso aparentando todo lo contrario.
Mamá, por otro lado, es mucho más seria e impasible en momentos como los que estamos viviendo. 
Suele sonreír mucho ―al contrario que papá―, pero también suele imponerse demasiado, entrometiéndose a veces donde no la llaman.
Papá y yo solíamos bromear entre nosotros refiriéndonos a ella como "El General Dugès" a sus espaldas.
El problema de vivir con ellos no va encaminado hacia el tema de la convivencia o el afecto, pues son mis padres y los amo como a mi vida. El problema de vivir con ellos  es que siempre han pensado que mi vida les pertenece y que a ellos les concierne el privilegio de tomar las decisiones por mí.

Recuerdo perfectamente aquella intensa discusión nocturna en la que les expuse la carrera universitaria que deseaba cursar. Mi padre no dijo nada al respecto aunque bien sabía que había tirado por la borda su sueño de que yo continuase con la tradición del apellido Dugès, que era el dedicarse a la psiquiatría ―profesión para la cual yo definitivamente no había nacido―.
A mi madre casi le da un soponcio, empezó a despotricar en español y terminamos discutiendo en Francés. Solía pasar cuando se salía de sus casillas. 


1 de Abril del 2015.

Hace bastante que no he tenido ni el tiempo ni la oportunidad de escribir algo aquí en mi diario pero hoy es el día, y recomiendo que te pongas cómodo porque ¡menuda aventura!
He conocido a bastantes personas en cuestión de una semana, unas más influyentes y otras que no lo son tanto, pero al igual todas y cada una de ellas han aportado algo, aunque sea una mínima parte de su ser para ayudarme en mi situación, y jamás sabré cómo devolverles el favor. 
Está bien, empezaré por el principio. 

       Le doy gracias a todos los Dioses por haber puesto en mi camino a Érwine, una chica cuyo rostro es realmente digno de admirar que me acogió en su casa el mismo día que me fui de la mía. La pobre parecía no querer hacerlo pero sentirse obligada a ello, por eso allí pasé la noche y gracias a ella hoy día no ando con una pulmonía por la calle.
Es una muchacha agradable, desprende dulzura por cada poro de su piel y su casa es sumamente preciosa. Como ella.






Al día siguiente marché de allí en busca de un hotel para hospedarme mientras encontraba un trabajo, pues lo necesitaba para poder costearme un estudio cercano a la facultad donde estudio Diseño Gráfico. 
No entiendo qué es lo que se me pasó por la cabeza para entrar a la editorial de donde nació Lady Mind, mi novela gráfica preferida con diferencia. Pero lo hice, y allí conocí a la siguiente persona.

        Rachel Cobain, la creadora de esa misma novela gráfica me contrató para un nuevo proyecto que está marchando poco a poco y, aunque el trabajo resulta bastante duro y el sueldo no es el mejor, aún se lo agradezco como sólo yo lo sé.
La señorita Cobain es uno de mis mayores ídolos, mi amor platónico y uno de las mayores influencias en mi vida. Ella y su historia fue la que me impulsó a desafiar las preferencias de mis padres e ingresar en la facultad de Diseño Gráfico en vez de en la de Psiquiatría, como papá hubiese preferido.
Rachel me recuerda a una pequeña muñeca pin-up, a una en concreto que vi en una de las tiendas de merchandising de Madrid. Pero a la vez tiene algo totalmente misterioso, algo que guarda consigo y que quizás jamás ha exteriorizado, algo que la hace increíblemente interesante. 


Ese mismo día, mientras caminaba de nuevo hacia mi habitación de hotel me topé con una de las personas más alegres que jamás he conocido. Podría hacer reír hasta a la persona más seria de este planea con tan solo reír ella.

        Krïsztïne (o como yo prefiero llamarla, Princesa Chicle) es una majísima chica con la que fui a tomar un helado justo después de aquella extraña entrevista de trabajo que tuve con la señorita Cobain, como antes dije. Es decoradora de interiores y le fascina el sorbete de sandía y chocolate. Y estoy seguro de algo, si te encuentras con ella querrás comerte su pelo por ley, pues tiene una pinta realmente apetitosa. 

Y por último, en una de esas muchas tardes de sábado en las que ni trabajo, ni tengo clase, fui en busca de inspiración a la biblioteca. Allí encontré un tomo de una novela gráfica que me recordó bastante al videojuego de lucha Tekken, el caso es que mientras lo hojeaba, conocí a la siguiente persona;

       Jhizzih, a la cual se le cayeron los libros sobre mis pies justo cuando estaba leyendo lo más interesante e incomprensible del tomo. Es otra persona majísima y me resulta curioso que sus mejillas siempre anden rojas. Curioso y agradable. 


La cosa está en que mi vida va funcionando poco a poco como yo quería, tengo un trabajo que me encanta, un lugar donde momentaneamente puedo seguir durmiendo y un par de amigas nuevas que son adorables, y espero conocer más, muchas y muchos más.


Metas: Conseguir un apartamento adecuado a mi sueldo.
Canción del día: Izal- Despedida.

21 de Marzo del 2015.

Mi mente se mantenía en estado de shock mientras mis manos se movían raudas, agarrando de forma selectiva parte de mis pertenencias y acomodarlas como mejor sabía en el interior de mi mochila, aquella que solía llevar cada día a clase.
Estaba totalmente decidido a marchar de allí, quería ser independiente. Más bien lo ansiaba.
Envidiaba aquello de lo que mis amigos se quejaban. Aquello de esforzarse para conseguir las cosas y de tener que colaborar "para conseguir un plus en la paga" en vez de aquella Visa platino que se añejaba en mi bolsillo por simplemente ser hijo de mis padres.
Sonará extraño. Alguien que lo tiene todo en la vida y que quiere dejar de tenerlo, pero ni te imaginas la poca satisfacción que se obtiene al conseguir algo sin haber trabajado en ello, sin haber gastado una gota de sudor o medio minuto de reflexión para resolver un problema tan cotidiano como es el organizarse para el próximo examen de la semana.

Cerré la mochila sin delicadeza alguna, y tras agarrar el iPod de la mesita de noche salí de allí cagando leches antes de que cualquiera de los empleados me pillara escapándome de tanto apestoso lujo.
Aunque no tenía ni pajolera idea de adónde ir, mis pasos no se detuvieron, pateando la gran Madrid mientras se me ocurría algo. Y entonces Jesucristo decidió que tenía que tomar un baño. 
Pronto sentí como minúsculas gotas de agua caían sobre mi rostro suavemente, prolongando la intensidad de caída con el paso de los minutos. 
Pronto mi sombrero negro yacía empapado, al igual que el resto de mi atuendo, unos vaqueros negros, una camisa blanca básica con uno de los diseños de Grace Neutral y una americana de primavera, también negra, que había dejado de cumplir su función de protegerme del frío desde que el agua comenzó a calar entre la suave tela.
Genial, ¿y ahora qué?